domingo, 5 de agosto de 2007

Historia tercera: Movida en el Rayax Six



Sí comisario, mi nombre es Erwinia Palomino Lerén.

¿Mi DNI?. ¿Para qué quiere mi DNI, si ya lo tiene?
Pues sí. Digo yo que debe ser usted adivino. No sé cómo ha podido darse cuenta de que sigo siendo puta...

Pues mire, no, no me drogo. Que una sea puta no quiere decir que sea idiota.
No, tampoco tengo chulo. Voy por libre, que así al menos amortizo el desgaste de coño que tengo. No pienso romperme el culo todas las noches para mantener a un mamón drogadicto a cambio de una paliza. ¡A ver si se piensa que soy tonta!.

Y no, no he tenido nada que ver con la pelea de esta noche en el Rayax Six.
¡Yo soy inocente!

Porque mire usted comisario, yo estaba por mi zona habitual, trabajando, porque algo tengo que hacer para llevarme el pan a la boca. Y ya estaba de los nervios; calle arriba, calle abajo... Y nada, que venía ningún cliente. Únicamente dos mamadas rápidas en todo lo que llevaba de noche. ¡Y ya eran las cuatro de la mañana! Con eso no me costeaba ni los condones.
Pues eso, que estaba yo allí, molida de los pies de tanto patear calle arriba y calle abajo, cuando llegó un coche a toda velocidad y con la música a tope.-Clientes- Pensé, y comencé a poner posturitas sexis para llamar su atención.

El coche paró a pocos metros de mí. Y cuando me acercaba sinuosamente, de él salieron Marilú la Loba y Susan Chichones, más conocidas como las KoploBichs, por que siempre se llevan a los clientes con más pasta. Estaban las dos colocadísimas perdidas de todo. Iban cogidas la una a la otra, dando tumbos por la calle muertas de risa. Marilú se paró a mear justo al lado mío, así que aprovecharon para saludarme.
Me preguntaron que qué hacía allí sola, que si no tenía clientes. Yo les contesté que llevaba un par de noches algo flojillas, pero que ya vendrían otras mejores. Ellas comenzaron a reírse de mí y me dijeron que tenía que espabilarme, la cosa se estaba poniendo muy dura con la competencia de las rumanas y las negras. Que ellas ya habían encontrado un tío que les buscaba buenos clientes y que se estaban forrando.

Yo me irrité y las mandé a la mierda. Les dije que si se pensaban que habían descubierto América con el tema del chulo, que si para ellas eso era progresar. Que si ese era el consejo que me daban que se lo podían meter por el culo e irse a la puta mierda con su chulo.
Ellas me insultaron sin venir a cuento. Me dijeron que era una puta vieja, gorda, borde y amargada por no haber tenido hijos. Antes de que las pudiese enganchar por los pelos se fueron corriendo calle abajo y se metieron en el Rayax Six.

Me senté en un pedrusco, debajo de una farola, a esperar algún cliente.
Eran las cinco y media y ya tenía el culo dormido y los huesos helados, entonces pasaron por delante mío tres coches y se pararon delante del Rayax. Bajaron un montón de soldados y se metieron dentro. Pensé que por fin había llegado mi oportunidad de ganar pasta por un tubo. Así que me arreglé el vestido, me puse los polvos y el rimel y con una toallita me refresqué chocho y axilas.
Pero cuando llegué al garito, estaba cerrado. Cómo podía ser. Yo sabía que estaba lleno de jóvenes con pasta con ganas de fiesta, así que pegué la oreja a la puerta y pude escuchar un montón de voces jadeando a alguien y de fondo una música moruna y sensual. Golpee la puerta como una loca, hasta que al cabo del rato salió la Telma a ver que pasaba.

A la Telma Gin la conocí hace ya algunos años en New York, entonces yo trabaja en el cine y ella regentaba el puesto de churros del burdel más cutre-salchichero de Bronx. Se vino para Madrid un poco antes que yo, justo después de dar a luz a una niña psicótica-carnicera. Luego se casó con el Pinchas y abrieron el Rayax.
Pues eso, que me preguntó qué si me estaban matando o qué. Yo le dije que quería entrar, que qué era eso de cerrar el Rayax, que el Rayax Six era un lugar público que nos pertenecía a todos los contribuyentes. Y me dijo que me fuera a tomar por culo, que estaban celebrando una fiesta privada y que no podía pasar. Así que, y que conste que soy una señorita, le pegué un empujón a la puerta y mandé a la Telma a la mierda. Y entré, muy majestuosamente, como la reina del putiferio que soy.

Pero antes de que llegase ni siquiera a ver lo que pasaba, los dos porteros me agarraron por los pelos y me arrastraron hasta la calle, a mí con lo que yo he sido para ellos… Una madre. He sido como una madre, que ha uno hasta lo desvirgué yo.
Me tiraron a la acera y me advirtieron que si volvía a acercarme allí en lo que quedaba de noche me darían una paliza. Y allí estaba yo, en el suelo, con las medias destrozadas y el pelo revuelto. Pensé en lanzarme sobre ellos y arrearles un par de hostias, pero entonces caí en que ellos podían ser mis clientes de la noche…

Me restregué eróticamente por el suelo y me abrí de piernas apartándome las bragas para mostrarles medio mondongo, como pude, me saqué una teta por el escote y les insistí en que me echaran un polvo. Miraron a ambos lados de la calle y me cogieron por los brazos y me llevaron al descampado de detrás del Rayax.
Aquello era un vertedero, lleno de basuras, restos de obras, muebles viejos y electrodomésticos usados. Había unos yonkis, envueltos en una nube de mosquitos, pinchándose en lo alto de un colchón viejo, lleno de restos de sangre y meaos, y con muelles que salían por todos lados. Los porteros echaron a los pobres yonkis a patadas, me subieron violentamente el vestido hasta el cuello y me tiraron encima del colchón. Me dijeron que me iba a enterar…

Mientras yo intentaba apartar a las ratas que iban a roer la mierda del colchón, ellos se bajaron los pantalones… Qué lastima me han dado siempre estos dos. Dos machos grandes y fornidos con semejantes pichas. Finas y peladas hasta los cojones. Hasta un niño de siete años tiene mejor rabo. Mientras me contenía la risa ellos empezaron a follarme, resoplando como mulos y llenándome la cara de babas. Eran unos bestias y cada vez que empujaban me clavaba algún muelle en mi cuerpo. Los yonkis se animaron con el espectáculo y empezaron a insultarnos y ha tirarnos basura encima.
¿Qué debía estar pasando dentro del Rayax para que estos estuvieran tan calientes? Después de que se corriesen un par de veces cada uno, y harta de que las ratas y los mosquitos me estuviesen comiendo viva, le pegué un empujón al que estaba encima mío, y le dije que ya se había acabado el servicio, que eran 30 Euros por barba. El muy cabrón empezó a reírse y llamo al otro que estaba entretenido matando a yonki. Me dijeron que qué más quería, que qué suerte había tenido de que me hubiesen follado y que la que tendría que pagar tendría que ser yo.

¿Pagar? ¿Yo? Entonces fui yo la que empezó a reírse. De ellos y de sus ridículas pollas de mierda, incapaces de satisfacer a una mona. Y los muy brutos comenzaron a pegarme patadas y puñetazos por la cara, me robaron los 10 Euros que había sacado esa noche y me tiraron a un montón de basura.
Ellos volvieron al Rayax y yo me quedé sentada en el basura, rabiosa perdida y un dolor punzante en el culo. Me levanté, me arranque la jeringuilla que se me había clavado en trasero y salí corriendo detrás de los porteros, pero ya estaban dentro del local. Comencé a golpear la puerta, y le recuerdo que soy una dama, furiosa perdida y me desgallité gritándoles que me dejaran entrar, que les iba a cortar las pelotas. Y los muy cobardes, desde dentro, se reían de mí, y me decían que me muriese, que era una perra gorda y vieja, y que si no me iba me iban a matar.

No sé cuanto rato estuve golpeando la puerta, pero comprendí que si quería entrar esa no era la mejor forma, así que me paré a pensar. Me vi reflejada en unos de los cristales que decoran la entrada del Rayax Six. Estaba hecha una mierda. Tenía moratones por la cara y el cuerpo lleno de magulladuras, estaba sucia de sangre y mierda, olía a meado rancio y, lo que es peor, mi vestido y peinado estaban destrozados por los muelles del colchón y los estirones de esos bestias.
Si hubiese sido otra, señor comisario, me hubiese puesto a llorar y me hubiese ido a casa. Pero yo soy Erwinia Palomino Lerén, y nadie se burla de mí. Me acordé que por la parte del descampado hay una ventanita que da a la bodega del Rayax Six. Fui corriendo hasta ella, pero estaba tapiada con unos tablones. Así que busqué algo entre las basuras para poder arrancar los tablones. Uno de los yonkis, él que uno de esos cabrones quería matar, se ofreció a ayudarme y me consiguió una barra de hierro con la que pudimos abrir la ventana.
Intenté colarme por ella, pero era demasiado estrecha para mi culo. Así que el yonki entró primero y tiró de mí desde dentro. Pero ni con esas. Fue entonces cuando vi en una de las estantería una lata de grasa animal para cocinar. Le pedí al yonki que me la pasara. Me arranque los restos del vestido y me embadurné todo el cuerpo de grasa. De esa forma y gracias a los tirones del yonki, pude entrar por la ventana.

La bodega del Rayax no estaba muy bien iluminada y teníamos que sortear como podíamos el desorden de cajas, mesas y sillas viejas que estaban amontonados entre las estanterías. Estaba todo sucio de polvo, telarañas y cagarrutas de rata. Dejé al yonki pasar primero para que me limpiase el camino de telarañas, de repente un ser se abalanzó sobre él y comenzó a morderle y arañarle por todo el cuerpo. Era la niña de la Telma, a la que tenían encadenada del cuello en la bodega para que no hiciese daño a nadie. Estaba desnuda, sucia de mierda y mocos, y despeinada. La dejé allí comiéndose al yonki vivo y me fui hacia la puerta.
Muy sigilosamente abrí la puerta, y ante mis ojos apareció la razón por la cual me estaba quedando a dos velas. Allí, sobre la mesa de billar, estaban Marilú la Loba y Susan Chichones follándose tres tíos cada una a la vez. Alrededor, el resto de los soldados, en pelota picada, animaban a sus compañeros mientras esperaban su turno. Algunos, según les oí decir, iban a follar por tercera vez.

Esas dos guarras se estaban follando solitas a todos los clientes de las demás. Me puse a insultarlas como una loca, y no se cómo fue, que una botella de ron fue a parar a la cabeza de Susan y una silla a la espalda de Marilú. Entonces todo el mundo comenzamos a pegarnos, yo en defensa propia, señor comisario, con todo el mundo.
En medio de la pelea vi a los porteros repartiendo palos a diestro y siniestro, y sin poder evitarlo me abalancé sobre ellos botella en mano y me lié a darles mamporros. Se giraron y vinieron a por mí, pero yo salí corriendo hacia la bodega. Ellos me siguieron, diciendo que me iban a matar a palos como a una puerca, que era una hija de puta y que me iban a chafar la cabeza. Pero cuando entramos en la bodega, yo les solté a la niña de la Telma y ella solita se encargó de esos dos idiotas.

Y cuando salí de la bodega, ya había llegado la policía y se estaba llevando a palos a todo el mundo. A mí, al ver en el estado en el que me hallaba, me trajeron en el coche de la perrera, a pesar que les insistí en que soy una dama.
Y, bueno, el resto ya lo sabe. Y como no tengo nada más que contarle, espero que me deje ir a casa, que quiero ducharme y vestirme. Y, aunque no me estimule nada que uno de esos dos porteros pueda ser el padre de mi hijo, tengo que ir a la farmacia a por un test de embarazo, porque después de dos corridas cada uno sin condón, creo que hoy si que me he quedado preñada.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El RayaX Six está claramente inspirado en los baretos de Castelldefels. ¡Me juego el cuello!.

Chicharrin dijo...

Digno guión para película de Almodovar, cumple con todos los tópicos y requisitos...regístrala antes que te metan en la cárcel.