martes, 11 de septiembre de 2007

Historia cuarta: EL CASTING


¡Oye fresca, no te cueles!. Las hay que tienen una jeta...

¡Sí, tú, qué morro tienes!.

¡Eso lo será tu madre, que no te mando a la mierda porque soy muy señora, cacho puta!.

Vamos que se tira una tres horas en esta cola, porque llevo ya aquí tres horas perdidas, que tengo la casa que tendrías que verla, para que luego venga la pelandrusca esa y se cuele justo cuando voy a entrar.

PORQUE CUANDO YO ME ENTERÉ QUE ABRÍAN ESTE LOCAL Y QUE NECESITABAN GENTE PARA ACTUAR, PUES PENSÉ, “ MIRA ERWINIA ESTA ES TU OPORTUNIDAD DE DEJAR LA CALLE”.

Y no te equivoques, que no es que no me guste mi trabajo, pero una ya no tiene edad para estar partiéndose el culo por esas calles de Dios, por cuatro duros que gano. Yo ya he llegado a un punto en el que necesito sentar cabeza y comenzar a vivir como Dios manda.
Además yo siempre he querido ser artista.

¿Que tú quieres ser cantante de ópera?.

Pues mira, a mí la ópera, la verdad, es que no me tira mucho. Yo soy más bien una artista de variedades.

Sí, sí, de variedades. Porque, mira, yo canto, yo cuento chistes, hago malabarismos que quitan el sentio y hasta recito poemas de Gloria Fuertes. Y no te digo como bailo porque sería un escándalo.

¡Uy, ya ha entrado esa!. ¡Que nervios, ya me toca a mí!. Joder ya me están entrando ganas de cagar. Si es que qué mala suerte tengo. Siempre que tengo que hacer algo importante, me pongo tan nerviosa que me cago encima. Y, claro, tengo el culo tan así,que cuando tengo ganas, como apriete un poco, me voy por las patas abajo. Y como es tan líquida...

¿Que qué número les he preparado?. Eso es un secreto. Pero te diré que lo llevo metido en el bolso. ¡Uy, qué ya me toca entrar!.
Gracias, mucha mierda a tí también. A ver si nos vemos un día de estos y ya nos contamos que tal nos ha ido.

( Algunos días después )

¡Oye, ¿qué tal?!.

¿Qué te han cogido?. ¡Qué suerte!.

Pues a mí no...
Bueno, sí que querían que trabajase. Pero yo les dije que para hacer lo que me pedían mejor estaba en la calle.

¿Que qué querían que hiciese?. Pues mira que te cuento desde el principio.
Pues yo llegué al escenario, y la tía esa rubia, que hacía de secretaria, me preguntó los datos y todo lo demás, y me dijo, muy amablemente, eso sí, que si ya estaba segura de que quería trabajar allí, como queriéndome decir que no hacía falta que hiciese la prueba, que no me iban a coger.
Pero yo iba decidida, y les dije que estaba dispuesta a actuar.
Entonces se fue a las butacas con cara de ajo y se sentó al lado del que hacía la selección. Si el tío no hubiese sido un maricón de cuidado, creería que la tía estaba ahí para mamársela. El tío me preguntó que qué iba a hacer. Yo le dije que un estriptis. Y él me respondió que no hacía falta que lo hiciese, que ya estaba muy visto, y que, además, con lo gorda que estaba, estaría mejor vestidita.
Yo le dije que me dejara hacerlo, que vería algo totalmente nuevo. Y, como menuda soy yo, no tuvo más remedio que dejarme. Así que les dije a los músicos que tocasen la lambada, y comencé mi número.
Empecé a desnudarme, siguiendo el ritmo de la música con unos contoneos sensuales. Iba moviendo el culo de aquí para allá, y me sentía una estrella. Todo me salía a las mil maravillas. Me quité la falda con un pase torero, y haciendo un remolino, la blusa. Con qué arte me quite los zapatos. Qué sensualidad al quitarme las medias...
¡Con qué ritmo!. ¡Con qué salero!. ¡Con qué gracia me lo quité todo!.
Y cuando me quedé en pelota picada, comencé mi número especial. Saqué del bolso un tiesto, con geranio y todo, me lo metí en la boca y comencé a hacer malabarismos con él, siguiendo el ritmo de la música. No te puedes imaginar la cara que pusieron todos.
Pero fue al rematar el número cuando fallé.
Lancé el tiesto al aire con la lengua, me tiré al suelo panza arriba y abrí las piernas todo lo que pude, con el fin de recoger el tiesto con el coño. Pero cometí un pequeño error de cálculo y el tiesto, en vez de colarse en mi chocho, me cayó en lo alto de la panza. Y, claro, como me estaba cagando viva por los nervios, pues me cagué. Solté un chorro de mierda tan grande que salpicó hasta al maricón.
La gente se quedó con la boca abierta.
Entonces se oyeron unos rebuznos, y en el acto apareció un burro, que había sido utilizado en el número anterior, de detrás de las cortinas. Yo intenté levantarme y salir corriendo, pero me resbalé en la mierda y no pude. Entonces el burro, que estaba excitadísimo por el olor, se me abalanzó encima y me folló allí mismo.

Mira querida, me dejó destrozadísima, y encima se comió el geranio.
Allí todos aplaudían. Estaban encantados con el numerito. El maricón decía que me iba a poner de plato fuerte del espectáculo.

Pero yo, una vez repuesta del susto, porque el burro se tiró más de una hora dale que te pego, les dije que no estaba dispuesta a dejar que un burro me violase durante horas por la miseria que me iban a pagar.

Ellos me dijeron que no me iban a pagar más, ya que la paga del número la tenían que repartir con el dueño del burro. Así que me fui.
Al fin y al cabo, prefiero los viejos y los jonkis, que aunque pagan menos, también dan menos guerra.

Y, bueno, ¿qué número haces tú?.

¿Cantas “la flauta mágica” haciendo un dueto con el burro?.

Pues querida, ten cuidado, no sea que un día tengas una pedorreta y te suene la flauta...

domingo, 5 de agosto de 2007

Historia tercera: Movida en el Rayax Six



Sí comisario, mi nombre es Erwinia Palomino Lerén.

¿Mi DNI?. ¿Para qué quiere mi DNI, si ya lo tiene?
Pues sí. Digo yo que debe ser usted adivino. No sé cómo ha podido darse cuenta de que sigo siendo puta...

Pues mire, no, no me drogo. Que una sea puta no quiere decir que sea idiota.
No, tampoco tengo chulo. Voy por libre, que así al menos amortizo el desgaste de coño que tengo. No pienso romperme el culo todas las noches para mantener a un mamón drogadicto a cambio de una paliza. ¡A ver si se piensa que soy tonta!.

Y no, no he tenido nada que ver con la pelea de esta noche en el Rayax Six.
¡Yo soy inocente!

Porque mire usted comisario, yo estaba por mi zona habitual, trabajando, porque algo tengo que hacer para llevarme el pan a la boca. Y ya estaba de los nervios; calle arriba, calle abajo... Y nada, que venía ningún cliente. Únicamente dos mamadas rápidas en todo lo que llevaba de noche. ¡Y ya eran las cuatro de la mañana! Con eso no me costeaba ni los condones.
Pues eso, que estaba yo allí, molida de los pies de tanto patear calle arriba y calle abajo, cuando llegó un coche a toda velocidad y con la música a tope.-Clientes- Pensé, y comencé a poner posturitas sexis para llamar su atención.

El coche paró a pocos metros de mí. Y cuando me acercaba sinuosamente, de él salieron Marilú la Loba y Susan Chichones, más conocidas como las KoploBichs, por que siempre se llevan a los clientes con más pasta. Estaban las dos colocadísimas perdidas de todo. Iban cogidas la una a la otra, dando tumbos por la calle muertas de risa. Marilú se paró a mear justo al lado mío, así que aprovecharon para saludarme.
Me preguntaron que qué hacía allí sola, que si no tenía clientes. Yo les contesté que llevaba un par de noches algo flojillas, pero que ya vendrían otras mejores. Ellas comenzaron a reírse de mí y me dijeron que tenía que espabilarme, la cosa se estaba poniendo muy dura con la competencia de las rumanas y las negras. Que ellas ya habían encontrado un tío que les buscaba buenos clientes y que se estaban forrando.

Yo me irrité y las mandé a la mierda. Les dije que si se pensaban que habían descubierto América con el tema del chulo, que si para ellas eso era progresar. Que si ese era el consejo que me daban que se lo podían meter por el culo e irse a la puta mierda con su chulo.
Ellas me insultaron sin venir a cuento. Me dijeron que era una puta vieja, gorda, borde y amargada por no haber tenido hijos. Antes de que las pudiese enganchar por los pelos se fueron corriendo calle abajo y se metieron en el Rayax Six.

Me senté en un pedrusco, debajo de una farola, a esperar algún cliente.
Eran las cinco y media y ya tenía el culo dormido y los huesos helados, entonces pasaron por delante mío tres coches y se pararon delante del Rayax. Bajaron un montón de soldados y se metieron dentro. Pensé que por fin había llegado mi oportunidad de ganar pasta por un tubo. Así que me arreglé el vestido, me puse los polvos y el rimel y con una toallita me refresqué chocho y axilas.
Pero cuando llegué al garito, estaba cerrado. Cómo podía ser. Yo sabía que estaba lleno de jóvenes con pasta con ganas de fiesta, así que pegué la oreja a la puerta y pude escuchar un montón de voces jadeando a alguien y de fondo una música moruna y sensual. Golpee la puerta como una loca, hasta que al cabo del rato salió la Telma a ver que pasaba.

A la Telma Gin la conocí hace ya algunos años en New York, entonces yo trabaja en el cine y ella regentaba el puesto de churros del burdel más cutre-salchichero de Bronx. Se vino para Madrid un poco antes que yo, justo después de dar a luz a una niña psicótica-carnicera. Luego se casó con el Pinchas y abrieron el Rayax.
Pues eso, que me preguntó qué si me estaban matando o qué. Yo le dije que quería entrar, que qué era eso de cerrar el Rayax, que el Rayax Six era un lugar público que nos pertenecía a todos los contribuyentes. Y me dijo que me fuera a tomar por culo, que estaban celebrando una fiesta privada y que no podía pasar. Así que, y que conste que soy una señorita, le pegué un empujón a la puerta y mandé a la Telma a la mierda. Y entré, muy majestuosamente, como la reina del putiferio que soy.

Pero antes de que llegase ni siquiera a ver lo que pasaba, los dos porteros me agarraron por los pelos y me arrastraron hasta la calle, a mí con lo que yo he sido para ellos… Una madre. He sido como una madre, que ha uno hasta lo desvirgué yo.
Me tiraron a la acera y me advirtieron que si volvía a acercarme allí en lo que quedaba de noche me darían una paliza. Y allí estaba yo, en el suelo, con las medias destrozadas y el pelo revuelto. Pensé en lanzarme sobre ellos y arrearles un par de hostias, pero entonces caí en que ellos podían ser mis clientes de la noche…

Me restregué eróticamente por el suelo y me abrí de piernas apartándome las bragas para mostrarles medio mondongo, como pude, me saqué una teta por el escote y les insistí en que me echaran un polvo. Miraron a ambos lados de la calle y me cogieron por los brazos y me llevaron al descampado de detrás del Rayax.
Aquello era un vertedero, lleno de basuras, restos de obras, muebles viejos y electrodomésticos usados. Había unos yonkis, envueltos en una nube de mosquitos, pinchándose en lo alto de un colchón viejo, lleno de restos de sangre y meaos, y con muelles que salían por todos lados. Los porteros echaron a los pobres yonkis a patadas, me subieron violentamente el vestido hasta el cuello y me tiraron encima del colchón. Me dijeron que me iba a enterar…

Mientras yo intentaba apartar a las ratas que iban a roer la mierda del colchón, ellos se bajaron los pantalones… Qué lastima me han dado siempre estos dos. Dos machos grandes y fornidos con semejantes pichas. Finas y peladas hasta los cojones. Hasta un niño de siete años tiene mejor rabo. Mientras me contenía la risa ellos empezaron a follarme, resoplando como mulos y llenándome la cara de babas. Eran unos bestias y cada vez que empujaban me clavaba algún muelle en mi cuerpo. Los yonkis se animaron con el espectáculo y empezaron a insultarnos y ha tirarnos basura encima.
¿Qué debía estar pasando dentro del Rayax para que estos estuvieran tan calientes? Después de que se corriesen un par de veces cada uno, y harta de que las ratas y los mosquitos me estuviesen comiendo viva, le pegué un empujón al que estaba encima mío, y le dije que ya se había acabado el servicio, que eran 30 Euros por barba. El muy cabrón empezó a reírse y llamo al otro que estaba entretenido matando a yonki. Me dijeron que qué más quería, que qué suerte había tenido de que me hubiesen follado y que la que tendría que pagar tendría que ser yo.

¿Pagar? ¿Yo? Entonces fui yo la que empezó a reírse. De ellos y de sus ridículas pollas de mierda, incapaces de satisfacer a una mona. Y los muy brutos comenzaron a pegarme patadas y puñetazos por la cara, me robaron los 10 Euros que había sacado esa noche y me tiraron a un montón de basura.
Ellos volvieron al Rayax y yo me quedé sentada en el basura, rabiosa perdida y un dolor punzante en el culo. Me levanté, me arranque la jeringuilla que se me había clavado en trasero y salí corriendo detrás de los porteros, pero ya estaban dentro del local. Comencé a golpear la puerta, y le recuerdo que soy una dama, furiosa perdida y me desgallité gritándoles que me dejaran entrar, que les iba a cortar las pelotas. Y los muy cobardes, desde dentro, se reían de mí, y me decían que me muriese, que era una perra gorda y vieja, y que si no me iba me iban a matar.

No sé cuanto rato estuve golpeando la puerta, pero comprendí que si quería entrar esa no era la mejor forma, así que me paré a pensar. Me vi reflejada en unos de los cristales que decoran la entrada del Rayax Six. Estaba hecha una mierda. Tenía moratones por la cara y el cuerpo lleno de magulladuras, estaba sucia de sangre y mierda, olía a meado rancio y, lo que es peor, mi vestido y peinado estaban destrozados por los muelles del colchón y los estirones de esos bestias.
Si hubiese sido otra, señor comisario, me hubiese puesto a llorar y me hubiese ido a casa. Pero yo soy Erwinia Palomino Lerén, y nadie se burla de mí. Me acordé que por la parte del descampado hay una ventanita que da a la bodega del Rayax Six. Fui corriendo hasta ella, pero estaba tapiada con unos tablones. Así que busqué algo entre las basuras para poder arrancar los tablones. Uno de los yonkis, él que uno de esos cabrones quería matar, se ofreció a ayudarme y me consiguió una barra de hierro con la que pudimos abrir la ventana.
Intenté colarme por ella, pero era demasiado estrecha para mi culo. Así que el yonki entró primero y tiró de mí desde dentro. Pero ni con esas. Fue entonces cuando vi en una de las estantería una lata de grasa animal para cocinar. Le pedí al yonki que me la pasara. Me arranque los restos del vestido y me embadurné todo el cuerpo de grasa. De esa forma y gracias a los tirones del yonki, pude entrar por la ventana.

La bodega del Rayax no estaba muy bien iluminada y teníamos que sortear como podíamos el desorden de cajas, mesas y sillas viejas que estaban amontonados entre las estanterías. Estaba todo sucio de polvo, telarañas y cagarrutas de rata. Dejé al yonki pasar primero para que me limpiase el camino de telarañas, de repente un ser se abalanzó sobre él y comenzó a morderle y arañarle por todo el cuerpo. Era la niña de la Telma, a la que tenían encadenada del cuello en la bodega para que no hiciese daño a nadie. Estaba desnuda, sucia de mierda y mocos, y despeinada. La dejé allí comiéndose al yonki vivo y me fui hacia la puerta.
Muy sigilosamente abrí la puerta, y ante mis ojos apareció la razón por la cual me estaba quedando a dos velas. Allí, sobre la mesa de billar, estaban Marilú la Loba y Susan Chichones follándose tres tíos cada una a la vez. Alrededor, el resto de los soldados, en pelota picada, animaban a sus compañeros mientras esperaban su turno. Algunos, según les oí decir, iban a follar por tercera vez.

Esas dos guarras se estaban follando solitas a todos los clientes de las demás. Me puse a insultarlas como una loca, y no se cómo fue, que una botella de ron fue a parar a la cabeza de Susan y una silla a la espalda de Marilú. Entonces todo el mundo comenzamos a pegarnos, yo en defensa propia, señor comisario, con todo el mundo.
En medio de la pelea vi a los porteros repartiendo palos a diestro y siniestro, y sin poder evitarlo me abalancé sobre ellos botella en mano y me lié a darles mamporros. Se giraron y vinieron a por mí, pero yo salí corriendo hacia la bodega. Ellos me siguieron, diciendo que me iban a matar a palos como a una puerca, que era una hija de puta y que me iban a chafar la cabeza. Pero cuando entramos en la bodega, yo les solté a la niña de la Telma y ella solita se encargó de esos dos idiotas.

Y cuando salí de la bodega, ya había llegado la policía y se estaba llevando a palos a todo el mundo. A mí, al ver en el estado en el que me hallaba, me trajeron en el coche de la perrera, a pesar que les insistí en que soy una dama.
Y, bueno, el resto ya lo sabe. Y como no tengo nada más que contarle, espero que me deje ir a casa, que quiero ducharme y vestirme. Y, aunque no me estimule nada que uno de esos dos porteros pueda ser el padre de mi hijo, tengo que ir a la farmacia a por un test de embarazo, porque después de dos corridas cada uno sin condón, creo que hoy si que me he quedado preñada.

miércoles, 4 de julio de 2007





Historia Segunda: Manolo







Que tu marido te pega?...
...me vas a venir tú a mí, ahora, con el cuento de que tu marido te pega...

¿Y qué te hace?, ¿Te ha atizado con una silla?. Espero que sea algo grave. Porque, digo yo, que tu marido te pegue no es excusa para llegar tarde al trabajo.

Porque llevo ya tres horas esperando a que abras para descambiar este décimo, que para una vez que me devuelven el dinero, y la casa la tengo patas arriba, que no veas que fiestón que monté ayer con dos polis que subieron a arrestarme...

Ay hija, mira que has venido tonta esta mañana... Qué si tienes problemas en casa no los pagues conmigo. Además si tu marido te pega, pues déjalo. No sé a qué coño esperas. No hay ninguna ley que lo impida.

¿Qué va a buscarte?. Pues te compras una pistola y a la que se te acerque le vuelas las pelotas. Y ya verás, querida, como se le quitan las ganas de acercarse más a ti.

Mírame a mí. Libre, sin nadie que me mande, me grite, me pegue y me folle cuando no me apetece.

Pero no creas que siempre he sido así. ¡No qué va!. Yo una vez tuve un novio. Sí, sí, como lo oyes, un novio. Manolo se llamaba el muy cabrón. Manuel José González Anaquel.

Lo conocí en un tugurio frecuentado por yonkis, putas, moros y jubilados. Yo por aquella época acababa de llegar a Madrid y me dedicaba a la prostitución marginal. Sí, sí, como lo oyes, yo era puta de callejón. Ya se que es difícil de imaginar que alguien con mi clase, mi belleza y mi talento se ganase la vida así, pero era una recién llegada y tuve que comenzar de cero. Pero, para que lo sepas, los yonkis, borrachos y viejos del lugar, se daban hostias para poder follar conmigo.

Pues eso, que yo era una recién llegada. Había acabado mi faena con un yonki, que me había puesto el culo perdido de leche. Así que me fui al tugurio ese, “Rayax Six” se llamaba, a limpiarme en el lavabo, que era asquerosísimo. No era más que un cuartucho donde justo cabía una letrina.
El suelo estaba lleno de agua sucia de meado, de compresas usadas, jeringuillas, colillas, vómitos... en fin. La letrina estaba aun peor. Llena de sangre, meado y mierda. Atascado por tanta compresa y tanto truño. Como el puto lavabo ese no tenía ni una miserable ventana, el olor que allí había era de los que tumban.


Me metí allí con una pinza en la nariz, intentando no pisar ninguna compresa ni nada y apartando a manotazos la nube de mosquitos que allí esperaban para asediarte. Me puse encima de la letrina, aunque no sentada, que no quería ponerme perdida de sangre y mierda. Me subí el vestido, que era precioso, de seda, rojo, corto y con un gran escote. Y tenía los zapatos a juego, rojos y de tacón de aguja.

Bueno, que me voy por las ramas. Pues como no había papel, me quité las bragas y me limpié el culo con ellas. Total, ¿ para qué necesita una puta sus bragas?.
Y en esta situación me encontraba yo, cuando, de repente, un borracho abrió la puerta de golpe. Me pegó con todo el canto en la frente y me sentó de golpe sobre la letrina. Entonces se sacó la polla y comenzó a mearse en mis tetas. Yo no sabía reaccionar. Y luego vomitó, ¿dónde?, en mis rodillas, que me bajaba por la pantorrilla un chorrillo que me llegaba al tobillo y se metía en el zapato.


Ya te puedes imaginar mi situación; sentada en mierda, con un moratón en la frente, unas pinzas en la nariz, las tetas llenas de orines y las piernas de vómitos. Y encima un borracho delante con la polla fuera. ¡Estaba excitadísima!. Le enganché el rabo y lo comencé a chupar con una gula que nunca antes había tenido. El pobre se corrió enseguida y me puso la cara llena de semen. Total, qué importaba estar un poco más sucia.

Pues bueno, a partir de ese momento, comenzamos una relación que duró tres años.
Al principio todo fue maravilloso. El no vivía en la ciudad así que nos veíamos los fines de semana, o algún día que podía escapar de trabajo. Como tenía un piso en Madrid, dejé el mío de alquiler y me fui a vivir allí. Dejé la prostitución y me metí a trabajar de camarera en un bar de camioneros, era peor que la calle y ganaba menos, pero al menos era más decente.


Mi manolo no es que fuera muy cariñoso ni sensible, pero siempre me regalaba cosas y follando era increíble, siempre inventando cosas nuevas. Pero nunca me sacaba a pasear ni a cenar, ni al cine. Nuestra vida en común se reducía a las paredes de aquel piso. Yo hacía como si no me importase. Tampoco quería que fuera a donde él vivía, ni que lo llamase por teléfono, ni nada.

Al segundo año de relación ya empezó con cosas raras. A traer ropas de cuero, a atarme en la cama, a jugar con consoladores de todos los tamaños y modelos, que me metía y se metía. Un día quiso hasta afeitarme el coño, pero yo le dije que no, que a mí el chocho no me lo pela ni mi padre.


Desde entonces sus visitas empezaron a hacerse cada vez más esporádicas. Ya casi al final de nuestra relación se pasaba un mes entero sin venir ni llamar. Yo ya empezaba a sospechar algo.

La última vez que lo vi fue un sábado. Llegó a casa y casi sin decir nada me arrancó la bata de guatiné y literalmente me violó. Cuando ya estuvimos follados, en la cama, yo le pregunté que cómo que ya nunca venía, ni llamaba. Que por qué se comportaba de esa manera tan bestia conmigo, que si ya no me quería.


¿Y sabes lo que me contestó el muy hijo de puta?. Que qué era eso de si me quería. Que él nunca me había querido, que me tenía de puta particular, y que si no venía era porque se había echado una novia con la que pensaba casarse. Pero que yo no tuviese pena, que a mí siempre me tendría para hacer conmigo las guarradas que no iba a hacerla a su mujer.

Aquello para mí fue como una puñalada. ¡ Con lo que yo le quería!. Comencé a llorar como una loca y él se durmió. Aquello me dolió aun más.

Me levanté de la cama y comencé a hacer las maletas para marcharme de allí cuanto antes. Pero mientras las hacía pensé en mi venganza...

Cuando las maletas estuvieron hechas, la puse a calentar. Cuando estuvo a punto me acerqué a la cama, le quité los calzoncillos y le envadurné los cojones y el pubis de cera depilatoria. Esperé a que se enfriara y tiré de ella sin piedad.

Él pegó un salto y se despertó sobresaltado dando gritos, y, antes de que se diera cuenta de lo que había pasado, agarré la lampara de cerámica de la mesita de noche y le aticé con ella en la cabeza.

Y allí se quedó el muy imbécil, inconsciente en la cama y con las pelotas en carne viva.
Salí de allí corriendo, dispuesta a olvidarlo completamente y rehacer mi vida. Y realmente mi vida sí la he rehecho. Volví a mi antiguo piso de alquiler, a la calle... en fin. Pero lo que no he podido hacer, ha sido olvidarlo. ¡Ni ganas!. Tengo el trozo de cera con los pelos de sus cojones pegado en la pared de mi habitación, y por las noches antes de dormir me lo quedo mirando y repaso la lección.


Así que ya sabes, querida. Si tu marido se pasa contigo, sé dura, ¡que la vida está para vivirla!, y no para sufrirla junto a un mamón.

Y ahora haz el favor de descambiarme el ya el dichoso décimo... Y me das uno que toque! Que qué ganitas tengo de dejar la calle y montarme una pelu.

Te he contado ya el día que me lié con el peluquero maricón...

lunes, 11 de junio de 2007







HISTORIA PRIMERA: Amor Platónico






¿Está fresca esta pescadilla?

No sé, no sé. Mira que tú ya me has dado más de una vez gato por liebre.

Pues yo no la veo muy católica... Mira, ponme un kilo de mejillones.

¡Pero nena, qué te he dicho mejillones!. Vaya mañanita tienes... Te noto un poco tonta.

¿Que estás enamorada?. ¡¿Del frutero?!. Pues, querida, no sé que le habrás visto...
¿Cuánto es?.

¿QUE ES UN AMOR PLATÓNICO?. AAHH. PUES YO DE ESTOS TUVE UNO, PERO HACE MUCHO TIEMPO. ERA YO UNA NIÑA...

Pues mira, después de que mi padre me abandonase, me fui a vivir a casa de una tía mía, que como era solterona, era más mala que la quinina, y, como quería que fuese una mujer de provecho, me apuntó en un curso de corte y confección.

Sí, sí, como lo oyes. De corte y confección.

Bueno, pues el curso se hacía en una antigua fábrica abandonada. En un cuartucho habilitado con cuatro maquinas de coser cochambrosas y unas cuantas sillas y mesas viejas. Aquello era como una ratonera, no entraba más luz que la de un pequeño respiradero. Las paredes estaban podridas por la humedad y cubiertas de moho.
Allí estudiábamos diez mujeres... Unas putas, otras jonkis, alguna maruja. La mayoría tuberculosas, y alguna vieja...
Durante las clases había varias que no paraban de fumar, y era tal la peste a humedad y humo, que las tuberculosas se ponían a toser y lo dejaban todo perdido de sangre y pus.

Ay, hija, espérate, que no te espanto la clientela...

Si no me enrollo... Se nota que conoces a una amiga mía, la Leissly, que es puta como yo, y que habla por los codos.

Bueno, vale, voy al grano... ¡Qué pesadita que estás, querida!.
Pues, el caso, es que el profesor que teníamos me traía loca.
Era un cabronazo. Un cerdo gordo de pelo grasiento, que nos trataba como perras. Nos insultaba constantemente, y si no le obedecíamos nos pegaba, e incluso nos torturaba clavándonos alfileres en el cuello y los nudillos.
A mí me tenía una manía atroz. Se metía siempre con mi forma de vestir, y con mis trenzas. Me decía que era una gorda fea sin clase, y me pegaba golpes en los ojos.
Pero yo sabía que él, en el fondo, no era así, y veía en él la figura paterna que nunca tuve. Estaba locamente enamorada de él. Y él pasaba de mí...
Intentaba ligármelo de todas formas, pero no conseguía nada. Le mandaba notitas, comida... Cuando pasaba por al lado mío le tocaba el paquete, pero él me daba un golpe y se quedaba tan tranquilo. Tanto sufrir tenía, que un día decidí tenderle una trampa...
A mitad de clase me escapé y me metí en el lavabo de los hombres, que no era más que una letrina sin tapa y un lavamanos mugriento. Allí diseñé mi estrategia. Cerré la puerta y me senté en la taza con los pantalones y las bragas bajados. Me abrí los labios del coño con los dedos, puse una pose muy sexy y esperé a que entrase para sorprenderlo.
Pero a la única que sorprendí fue a la Rufina, que entró a las dos horas a fumarse un porro, y me encontró dormida con dos dedos metidos en el coño.
Lo único que conseguí con aquello fue que se me escociese el culo con los restos de meao que había en la taza.
Ya había perdido toda esperanza, cuando pasó lo que tenía que pasar...
Una tarde, durante la clase, se escuchó un grito, como de loca, que venía de los lavabos. Allí encontramos a la Pepa, sentada en el suelo sobre un charco de sangre y mierda, y con una aguja de ganchillo metida en el coño... Había sido un aborto.
Estuvimos mirando como se desangraba hasta que murió.
La tía tiritaba y se cagaba y meaba del miedo.
Entonces el profesor nos dijo que la sacásemos de allí y la tirásemos a un contenedor de basuras, que como era una jonki, nadie la iba a reclamar. Así que la cogimos entre todas y la fuimos a tirar... Pero el profesor me puso la mano en el hombro y me dijo que yo me quedase con él a limpiar aquello.
Por fin nos habíamos quedado solos.
Me dio un cubo con agua y lejía y un trapo, y se quedó observándome.
-“Vamos, a ver como lo haces...”- me dijo.
La tarea era muy asquerosa, y como no tenía guantes, no me atrevía a hacerlo.
-“Agachadita lo harás mejor”- me aconsejó –“ no, no,... mejor ponte de rodillas”-.
Enseguida lo calé, así que le obedecí y me puse de rodillas, con el culo bien en pompa, a ver si se decidía a atacar.
-“ Un poquito más allí, sobre la mancha”- me iba indicando, un tono de voz de lo más calenturiento –“mejor quítate la ropa par que no la manches... Venga ponte otra vez de rodillas... Más en pompa más”-.
Tenía la cabeza tan cerca del suelo, que podía distinguir trocitos de carne y pepitas de sandía entre el vómito y la mierda.
Entonces sentí una mano que me acariciaba el coño por detrás...

¿Cómo?. ¿Qué no quieres que te dé más detalles?. Pues tú te lo pierdes.

Pues mira, al final se sacó la polla y me la dio para que se la chupara. Pero resulta que el tío tenía una costra en el capullo, y yo no me di cuenta, y se la raspé con los dientes.
El tío pegó un grito y se apartó hacia atrás, pero resbaló con la mierda y se partió el cuello contra la pica.
Así que en vista del percal, me vestí y me fui de allí.

Y ya está. Y ahora, si me disculpas, me voy, que se me pone muy mala sangre cuando me dicen que me enrollo, y tengo que ir a la pollería a comprar hígados para mi perro.
Eres una borde, y el frutero, maricón.